Óscar Llinás, el talentoso señor de los hoteles de lujo

Hotel Four Seasons de Hangzhou, en ChinaPor La Roja /Fotos: Laurie castelli y cortesía B&LL Mar 07 de 2013
Su primer diseño de interiores fue para el shah de Irán. Desde entonces, hace casi cuarenta años, Óscar Llinás tiene entre sus clientes a un sultán de Brunéi, gobernantes chinos y poderosas cadenas hoteleras.
Hotel Four Seasons de Hangzhou, en China

Sin mochila ni tenis explora el mundo. Viaja en primera clase, usa pantalón negro de Versace, chaqueta de cuello alto de Shanghai Tang con forro de seda morada y camisa blanca de Dolce and Gabbana. Lleva un grueso anillo de oro y tiene gafas para mirar de lejos. Elegante pero sin corbata. Así es Óscar Llinás, a sus 64 años, uno de los más importantes diseñadores de interiores de hoteles high-class de Asia. En el portafolio de su firma, Bilkey and Llinas, están los trabajos realizados a poderosas cadenas como Grand Hyatt, Hilton, Four Seasons, Sheraton, Intercontinental y Marriott.

Llinás carga un apellido que, en Colombia, remite a la ciencia y a la genialidad. Su papá era primo hermano del afamado neurocientífico Rodolfo Llinás y tío del conocido cirujano ortopedista Adolfo Mario Llinás Volpe. Pero pese a haber escrito en 1994 Aprender a vivir, un libro sobre el sida, la medicina nunca pudo desbancar el puesto que el arte ocupó en su vida desde niño, cuando admiraba los murales, vitrales y retablos del Santuario de Nuestra Señora del Carmen. Ese “llamado de los templos” lo llevó a dedicarse al diseño de interiores y a seguir estrictos protocolos que son indispensables a la hora de intervenir las mansiones de personajes como la realeza de Irán. “Comunicarme con la hermana de Mohammad Reza Pahlevi, último shah de Irán, era algo así como llegar al Sagrado Corazón. Tenía un séquito de veinte personas, debía referirme a ella como ‘su majestad’ y no le podía hablar directamente sino a través de sus acompañantes”, recuerda Llinás, quien también ha ambientado hoteles del sultán de Brunéi y bares de gobernantes de China.

A Colombia viene poco. Cada cinco años vuelve a Bogotá, donde nació el 15 de abril de 1948, en uno de esos primeros días de duelo nacional por la muerte de Gaitán. Providencialmente, su madre Blanca Hidalgo dio a luz en una casa art déco.
Hoy, para saber quién es Llinás en el diseño es necesario fijarse en el Four Seasons de Hangzhou, China, una mansión moderna basada en el estilo de la dinastía Song, “Este lugar es reconocido por su seda, así que la usamos con bordados de flores de la botánica local y en un mural para la recepción, elaborado durante ocho meses”, cuenta Llinás, con cierto pudor. Al concebir este hotel en medio de un lago, rodeado de jardines que costaron más de cinco millones de dólares, su firma recibió premios como Mejor diseño del año y Mejor diseñador en los China Best Design Hotels Award 2010.

Después de estar casi cinco décadas lejos de su país, Llinás descongela sus recuerdos y habla de esos primeros años en Estados Unidos. Estudió becado Historia del Arte y, luego, mientras ingresaba al mundo de la literatura francesa, vendía pizzas y lavaba pisos, el arquitecto estadounidense Robert Bilkey –su vecino en Los Ángeles, quien trabajaba como jefe del departamento de diseño interior de los hoteles de la compañía Arch Systems (de Howard Hughes, el magnate que impulsó Las Vegas y creador del avión Super Constellation)– lo retó a que diseñara una suite del Hotel Sands de Las Vegas. Óscar lo recuerda como un accidente:“La persona que seleccionaba materiales se enfermó y decidió remplazarla conmigo. Me pagó cinco dólares por hora, que estaba bien para 1974. No me imaginaba que viviría del ‘concepto de arte’ porque ¡era la materia en la que peor me iba en la universidad!”.

Contra todos sus pronósticos, Óscar volvió a asistir a Bilkey cuando a este último se le encomendó rediseñar, para el shah de Irán, la casa que le había pertenecido a la actriz Merle Oberon en Acapulco. Ambos la convirtieron en la mansión del ilustre iraní. Y a partir de allí tuvieron una comunicación tan complementaria que los asociaría en 1989 con la firma que lleva sus nombres.

El sutil toque de dorado es la firma de Llinás. “Uso el dorado con discreción porque, como el negro, hay que ponerlo elegante; no quisiera que vieran mi diseño y dijeran ‘parece de Shenzhen’, donde están los burdeles más famosos de Asia”, aclara con gracia.

Su familiaridad con este color viene de una fascinación por Egipto que comenzó en su cumpleaños número 13, cuando invirtió los 150 pesos que su papá le regaló en dos libros: Dioses, tumbas y sabios, y Pirámides, textos y faraones. Para ese momento, los 20 volúmenes de El tesoro de la juventud lo habían consumado como lector. Haber sido un “comelibros” consagrado sería su mejor herramienta para lo que el futuro le depararía.

Como un sueño cumplido, en el 2003 diseñó el Grand Hyatt de El Cairo, por encargo de un príncipe de Arabia Saudita. Desde su lobby, de 30 metros de alto, se observa el Nilo. Luego, al Hilton de Atenas lo concibió con techos limpios de los que cuelgan anchas columnas doradas. Lo construyó antes de las Olimpiadas de 2004 bajo la filosofía de la simpleza: “Las áreas públicas eran casi espartanas, pues al abrir la ventana del cuarto la Acrópolis sorprendía. El mármol blanco de Grecia era el lujo”, afirma Llinás, para quien el primer imaginario de la cultura griega llegó a los 11 años con la Ilíada, a lo que le siguieron sus estudios en filosofía griega.

Sin embargo, uno de sus favoritos es el Grand Hyatt de Hong Kong, que ofrece un diseño chino sin que sea de una dinastía ni se parezca a la ciudad de la película El mundo de Suzie Wong. “En su lugar, se centró en los edificios chinos de 1925 de estética art déco francesa, de donde se inspiró para adoptar alfombras de hasta 80 metros, de los diseños de 1920 de Jacques Émile Ruhlmann”, explica sin ocultar su pasión por la cultura gala y su admiración por los palacios.

De hecho, sus hoteles sí podrían parecer palacios por sus paredes de ágata, ónix o travertino turco, pisos con mármoles italianos y maderas exóticas de América del Sur. Esa lupa en las texturas y los acabados la ha afianzado al haber visto de frente en sus muchos viajes –e interiorizado como su mejor aprendiz– la obsesión por el detalle de los artistas del renacimiento flamenco, de Rogier van der Weyden a Hugo van der Goes, pasando por el inigualable Durero.
Lleva la cuenta de haber diseñado unos 230 hoteles de lujo en el mundo y los proyectos siguen a toda marcha. De empezar su oficina con seis empleados, en 1989, hoy tiene 140. En su oficina de Hong Kong cuenta con ocho asistentes y tiene seis más en Palm Beach. Su trabajo es dispendioso y la construcción de algunos hoteles puede durar muchos años. Ocho se tardó la creación del Grand Hyatt de Kuala Lumpur. Según su socio Robert, el éxito de Óscar está en la proyección que logra del futuro haciendo que un material o un estilo no pierdan vigencia para cuando los huéspedes estrenan el espacio: “La gente cree que diseñar un hotel es como una casa, pero no.

Hay que tener más visión. He conocido diseñadores de interiores que no ven la mitad de lo que para Óscar es evidente en un espacio grande, por eso logra crear con lujo”, asegura Robert.
Por años ha sido jefe, pero aún hoy no soporta el servilismo. “No me gusta que me embolen los zapatos, pienso que existe la reencarnación y en otro universo yo puedo ser el que hace este trabajo”, asegura Llinás con la tranquilidad que refleja su filosofía budista. Ese carácter le ha permitido adaptarse, entre otras cosas, a las reglas culturales.

Cuenta que hace dos décadas estaba en un avión, primera clase, vestido informalmente, cuando entró el dueño de uno de los hoteles de Hong Kong y se quedó mirándolo de arriba abajo. “Por la manera como me miró ese hombre debió de pensar: ‘¿A este tipo le doy 500 millones de dólares?’. Desde entonces, siempre me visto formal. Nunca existe una segunda oportunidad para una primera impresión”, asegura.

Sin embargo, su esencia se conserva intacta y su oficina por momentos es una fiesta de papayeras y boleros. Eso sí, el Decorating Department es también la zona del trabajo non stop hasta las nueve de la noche. “Los chinos son estrictos, así que verlo bailar solía ser muy extraño, pero ahora trabajan más alegres”, cuenta Robert. Para Óscar todo tiene una explicación: “Es mi momento de creatividad y busco algo teatral, me gustan los espacios con drama, con luz, textura y color. No soporto las aguas tibias”.

Óscar dice que no quiere pecar de modesto, pero si tuviera que volver a lavar platos lo haría. Por ahora, sigue diseñando. Este año viajará con frecuencia a India y Sri Lanka, donde espera dar vida a nuevos hoteles y sabe que, como le ha ocurrido toda la vida, desde el avión, cuando observa el país en la distancia, o en el cuarto de hotel, cuando abre las cortinas para que entre luz, se preguntará si de verdad ha vivido a plenitud cada momento.

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